La impermanencia nos habla de que todo está en continuo cambio, nada es para siempre, ni aquellas cosas que nos van bien en la vida ni las que nos van mal.
Las relaciones cambian, las cosas materiales cambian, los amigos cambian, las situaciones cambian, los trabajos cambian … y lo que nos hace sufrir no es la impermanencia sino querer que las cosas sean permanentes y no cambien.
La ley de la impermanencia establece que nada en el universo es permanente, todo está en constante movimiento. Parece una ley simple pero su impacto en nuestra vida diaria es profundo, ya que nos recuerda que todo lo que nos rodea es transitorio y nada dura perpetuamente.
La ley de la impermanencia nos ayuda a trabajar en el proceso de soltar, nos dice que no podemos controlar la temporalidad de las cosas; nos enseña que la transformación puede ser una fuente de crecimiento y evolución; nos permite estar presentes en el momento y valorar lo que tenemos mientras lo tenemos, lo que nos ayuda a vivir con menos miedo y ansiedad.
Pensar que nuestras actuales condiciones de vida o laborales van a durar para siempre, es un error. Por eso es necesario estar atento a posibles cambios, a veces imperceptibles, que se están produciendo a nuestro alrededor, para detectar señales que nos lleven a preparar un segundo escenario antes de que por sorpresa nos indiquen la puerta de salida.
El cambio es una de las pocas cosas ciertas de la vida.