“Ser hijo único, es una enfermedad en sí mismo”, son las palabras que pronunció Granville S. Hall, psicólogo especializado en la niñez y primer presidente de la Asociación Americana de Psicología, en 1880.
Si hay una idea extendida de que los hijos únicos son consentidos, reacios a compartir, egoístas, caprichosos… Entonces podemos pensar, ¿cómo influye en las personas no haber tenido hermanos nunca?
Al hijo único le suele preceder su mala fama, (“se nota que es hijo único” se oye a veces) sin embargo, no es el número de hermanos lo que marcan estos estereotipos (mandones, solitarios o acostumbrados a salirse con la suya) sino la situación socieconómica de la familia o los recursos emocionales de los que disponen los padres, (en las familias con más hijos los padres tienen menos tiempo, dinero y recursos para invertir en cada niño).
La mayoría de los hijos únicos pasan mucho tiempo creciendo rodeados de adultos, lo que les aporta una gran ventaja especialmente en trayectorias de desarrollo personal y profesional: aquellos que no se sienten intimidados por personas más inteligentes a menudo las buscan y plantean preguntas sin sentir que tienen que parecer más inteligentes o más expertos de lo que son.
Los hijos únicos tienden a tener mayor motivación, aspiración, esfuerzo, persistencia y capacidad de adaptación que quienes tienen hermanos. Esta mayor motivación, puede explicar por qué tienden a cursar más años de formación académica y a ocupar puestos laborales de mayor prestigio que las personas con hermanos. Sin embargo, a nivel de rendimiento, suelen sentirse más presionados, ante las altas expectativas que, sus padres fundamentalmente, depositaron sobre ellos.
Al final, cada situación, tiene sus pros y sus contras. Eso sí, 20 de los primeros 23 astronautas enviados al espacio eran hijos únicos.
Si hay una idea extendida de que los hijos únicos son consentidos, reacios a compartir, egoístas, caprichosos… Entonces podemos pensar, ¿cómo influye en las personas no haber tenido hermanos nunca?
Al hijo único le suele preceder su mala fama, (“se nota que es hijo único” se oye a veces) sin embargo, no es el número de hermanos lo que marcan estos estereotipos (mandones, solitarios o acostumbrados a salirse con la suya) sino la situación socieconómica de la familia o los recursos emocionales de los que disponen los padres, (en las familias con más hijos los padres tienen menos tiempo, dinero y recursos para invertir en cada niño).
La mayoría de los hijos únicos pasan mucho tiempo creciendo rodeados de adultos, lo que les aporta una gran ventaja especialmente en trayectorias de desarrollo personal y profesional: aquellos que no se sienten intimidados por personas más inteligentes a menudo las buscan y plantean preguntas sin sentir que tienen que parecer más inteligentes o más expertos de lo que son.
Los hijos únicos tienden a tener mayor motivación, aspiración, esfuerzo, persistencia y capacidad de adaptación que quienes tienen hermanos. Esta mayor motivación, puede explicar por qué tienden a cursar más años de formación académica y a ocupar puestos laborales de mayor prestigio que las personas con hermanos. Sin embargo, a nivel de rendimiento, suelen sentirse más presionados, ante las altas expectativas que, sus padres fundamentalmente, depositaron sobre ellos.
Al final, cada situación, tiene sus pros y sus contras. Eso sí, 20 de los primeros 23 astronautas enviados al espacio eran hijos únicos.
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